lunes, 7 de diciembre de 2009

El tabú social sobre el porno

«Tabú» como concepto es, a su vez, una de las notas esenciales del porno como género; por eso es inútil tratar de combatirlo; pues «tabú» significa «no tocar», o «prohibido tocar»; pero el tabú (no tocar -incluso en el sentido de «no tocar ese tema») no prohíbe la mirada sino que, más bien, la alienta. Y el porno es imagen. Así que tanto el tabú sobre el porno nunca será eliminado como tampoco nunca el porno cobrará difusión pública; encima con su adaptación a los soportes caseros (después de renunciar sin arrepentimientos al cinematógrafo) halló definitivamente su lugar, y no quiere ni le conviene salir de allí. Hay prejuicios morales sobre el porno y sobre el ambiente pornográfico, que es otra cosa, y son esos prejuicios los que debemos combatir, buscando su repliegue hasta eliminarlos. Además, para mí, la atracción del porno no se funda en lo prohibido sino en lo prohibitivo, ya sea por las inhibiciones psicológicas del espectador común o ya sea por sus capacidades físiológicas reales. Quien no puede remedar (o no se atreve) lo que ve en el porno, sin embargo, de acuerdo con el antiguo y vigente principio aristotélico sobre el arte, se identifica con el personaje porno y, en el plano mental, recrea la experiencia como propia; enfrenta el peligro de fracasar, atraviesa los miedos sexuales y -pase lo que pase en su mente y en su corazón- saldrá indemne en la realidad, lo cual es una especie de triunfo. Por esto, tampoco, nadie nunca dejará de mirar porno.

domingo, 13 de septiembre de 2009

El porno natural

La pretensión de que el porno, como estilo de práctica privada, se vuelva natural es excesiva. Creo que jamás se naturalizará el porno ni social ni privadamente porque ni siquiera la sexualidad humana es natural (si lo fuera no habría neurosis, disfunciones sexuales, impotencia, minorías marginadas). El orgasmo –o sea el signo de que la práctica sexual fue exitosa- no se logra naturalmente, sino mediante coartadas, perversiones (pre-versiones, o sea historias previas, contextos, condiciones artificiales, invenciones discursivas); y el porno –que obra clandestinamente como inspiración por excelencia y es uno de los mayores acicates de prácticas nuevas-, sin embargo, él mismo -ya como género audiovisual- tampoco es natural, máxime porque convoca personas con aptitudes excepcionales: los actores porno, que elegidos en castings exigentes se disponen a obedecer indicaciones del director a cambio de un cachet; y ni hablar de los guiones, emblemas de lo menos natural del mundo. El porno casi es una idea regulativa, en el sentido de Kant, o sea, como guía del pensamiento. Así como el Bien no es natural (por eso hay que predicarlo) la sexualidad tampoco lo es, y el porno es su prédica sectaria (aunque cada vez más extendida). Si alguna vez el porno se universalizara (hipótesis absurda, porque implicaría levantar las restricciones a su difusión pública, cuando es -y siempre lo será- clara e inexorablemente material para adultos), se desvirtuaría, tendría una Sede, un Papa, Cardenales y una cantidad de mandamientos y sacramentos que harían retorcer de indignación en su tumba a John Holmes. El género porno convencional no es expresión de una vida sexual activa, sino de liberalidad y de acrobacia. Expresa sólo un estilo de la sexualidad: el estilo porno, y no a todos les gusta practicar el sexo porno (menos aún a las mujeres).