«Tabú» como concepto es, a su vez, una de las notas esenciales del porno como género; por eso es inútil tratar de combatirlo; pues «tabú» significa «no tocar», o «prohibido tocar»; pero el tabú (no tocar -incluso en el sentido de «no tocar ese tema») no prohíbe la mirada sino que, más bien, la alienta. Y el porno es imagen. Así que tanto el tabú sobre el porno nunca será eliminado como tampoco nunca el porno cobrará difusión pública; encima con su adaptación a los soportes caseros (después de renunciar sin arrepentimientos al cinematógrafo) halló definitivamente su lugar, y no quiere ni le conviene salir de allí. Hay prejuicios morales sobre el porno y sobre el ambiente pornográfico, que es otra cosa, y son esos prejuicios los que debemos combatir, buscando su repliegue hasta eliminarlos. Además, para mí, la atracción del porno no se funda en lo prohibido sino en lo prohibitivo, ya sea por las inhibiciones psicológicas del espectador común o ya sea por sus capacidades físiológicas reales. Quien no puede remedar (o no se atreve) lo que ve en el porno, sin embargo, de acuerdo con el antiguo y vigente principio aristotélico sobre el arte, se identifica con el personaje porno y, en el plano mental, recrea la experiencia como propia; enfrenta el peligro de fracasar, atraviesa los miedos sexuales y -pase lo que pase en su mente y en su corazón- saldrá indemne en la realidad, lo cual es una especie de triunfo. Por esto, tampoco, nadie nunca dejará de mirar porno.
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